“Inexistiendo en franco retroceso”
de Joan Rodriguez
Siete de la mañana:”Piiiiiiiiiiiiiiiii”, un aparatito situado a mi lado empieza a dar la alarma. MI cama se ha convertido en una cama bomba, pero a pesar del susto yo ya estaba preparado. Ayer el cabecilla de un grupo terrorista hizo una llamada para avisar y reivindicar el atentado: “Mañana a las ocho, en el lugar de siempre”, y colgó.
Presto, salto antes de que estalle la cama, me visto desesperadamente, desayuno a toda leche y vuelo hacia la calle…, simples efectos colaterales.
Me dejo engullir por la ciudad y aunque nos bombardean me meto en un refugio subterráneo donde un militante terrorista me obliga a introducir una tarjetita en una máquina para entrar, técnicamente una “T-10 integrada”.
Al salir del refugio me introducen en un furgón que me llevará a un campo de concentración donde me obligan a realizar tareas que, sinceramente, no haría si no me coaccionaran, a hablar con gente con la que no quiero hablar e incluso me veo forzado a sonreír en situaciones espeluznantes. Es la guerra y voy perdiendo.
Al cabo de un rato se produce una tregua, pero mi situación de desventaja me deja poco espacio para la negociación y sólo puedo conseguir veinte minutos para engullir un bocadillo que me permitirá seguir con los trabajos forzados y continuar una batalla que veo perdida.
Tras sudorosas horas me dejan libre…, justicia infinita, o divina, ya no sé, quizá libertad duradera.
Miro la hora. Debo de apresurarme para comer veloz y recoger a mi hijo, me han avisado de que ha sido detenido por tener tres años, pero lo sueltan a las cinco y si no llego a tiempo será abandonado en medio de la calle.
Resoplo mientras corro, y pienso en qué crueles que son estos terroristas que ya no respetan ni a los niños. Milagrosamente logro llegar a tiempo, aunque después debo apresurarme para llegar a otro local- propiedad de esos locos integristas- donde me cambian el esfuerzo que realizo en el campo de concentración por alimentos y otros enseres que creo necesarios. Allí también estoy bajo sospecha y debo atravesar otra máquina por si, por error, se me ha caído algún producto en el bolsillo. Otro militante vigila.
Vuelvo sudoroso a casa asustado, cansado, y después de un tierno beso y una sonrisa cómplice, veo la mirada cansada y asustada de quien comparte conmigo, bajo el mismo techo, la misma guerra.
Mis piernas, como dos torres gemelas, se tambalean, y caigo en la cama destrozado, no sin antes haber recibido otro aviso de bomba, para mañana a las siete.
Molt bo.